Una de las veces en las que voy a meter el coche, me ayudan las buenas gentes del camping y me abren una de las puertas y me dice que por ahí paso. Y, ciertamente, paso, un poco justo, pero sin problemas, y sin bajarme del coche.
En la parte de fuera, la puerta tenía un cartel de prohibido aparcar, y además había un cono por allí, para que nadie aparque al lado de la puerta e impida salir o entrar a los del camping. Pues uno o dos días después me decido a visitar Santander y tengo que sacar el coche. Abro una de las puertas, por donde se que el coche pasa justo pero bien, y lo saco esquivando el cono.
Suena como me estoy llevando una parte del coche contra el marco de la puerta. Mi cara es un poema. Tiro para atrás y vuelve a sonar. No me atrevo a mirar. Quito el cono y saco el coche con mucho cuidado. Sigo sin atreverme a mirar. Cierro la puerta y miro que ha pasado: la manilla de la puerta del copiloto se ha quedado sin pintura. No es tan grave como pensaba, pero ya me ha jodido el día.
Uno o dos días después se me vino a la cabeza: por no quitar el cono he jodido mi coche, como con la gente, por no apartarla de mi vida, al final acabo yo haciéndome daño.
Ya no es tan así, pero durante muchísimo tiempo he funcionado de esa manera, y ahora a veces lo hago hasta con un cono. Sin embargo darme cuenta con esta tontería, y saber que ya no soy así, al menos en todos los casos, significa que voy en el camino correcto.
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